lunes, 4 de enero de 2010

Para qué hacés lo que hacés.

Una parejita de viejos cobrando la jubilación.
Ella estaba en perfecto estado, y bien arreglada. Hablaba con otra señora que estaba sentada a su lado, que seguramente conoció ahí mismo. Yo estaba sentado atrás de ellas, leyendo un libro y el viejito estaba sentado a mi lado. Pero él no estaba en tan buen estado. Parecía mucho más viejo que ella. Callado, muy encorvado y bastante flaco. Vestido de deporte. Triste. Espectante de su número que miraba a cada rato y ninguna otra cosa.
Recién di con que eran pareja después del turno del viejito. Se levantó un par de números antes, y movió los pies como preparándose para dar un gran salto. Caminó hacia la ventanilla, cobró, firmó un papel y se dirigió a la señora que seguía hablando. Ahí ella se paró, le dijo algo parecido a un reto, y salió caminando delante de él a paso rápido.
Él se quedó parado unos segundos mirando sus papeles, hasta que escuchó su nombre por la voz de la mujer. Miró para adelante y siguió la línea que ella había marcado para él.

(Había muchos viejitos hablando. La pasé muy bien.)

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