viernes, 18 de marzo de 2011

De Mezzanine a Heligoland.

Imagino los trances(*) de un tipo que veo caminar por la calle Olazabal.

Le dio una nota a una chica que vino a ensayar, tocaba el piano. Cuando salieron los de su banda se la dio. No entendió su letra, vino a preguntarle, y murió de verguenza pero se la contuvo, no se identifica en esa reacción. Se la leyó, y le dijo que estaba de novia, que gracias igual. Le dijo que todo bien, y le sacó la nota y se la guardó en el bolsillo del delantal. Le dijeron Estás loco? Y si el novio era de la banda? Qué le importaba.
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Hay luna, es menguante. Momento de sembrar.

Salgo. Un tipo me debe dos lucas. Lo llamé a la tarde, no me atendió. Lo volví a llamar y había apagado su celular. Volví a intentar más tarde, y me atendió el mismo robot hijo de puta. Cobarde. Y pensé en quién graba esas cosas. Los mensajes, la hora, los No disponible.

Caminaba y me decía Yo soy el boludo que hace las propagandas que te hacen reír. Y me saqué los auriculares, me hablaban dos borrachos simpáticos. Y me llevo muy bien con la gente de la calle y más con los borrachos simpáticos. Les di un par de cigarrillos y perdí la idea que iba pensando.

Cuadras más tarde lo recordé. Era ese ruido en mi bolso. El frasco de mostaza contra la sartén de teflón.

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(*) Cuando usé la palabra trance, había elegido antes la palabra mambo, pero estaba escuchando Soda Stereo y me pareció más apropiada.

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Programa inventado. La rocola del treintañero. Todos levanten sus camperas de jean por favor.

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