jueves, 7 de mayo de 2020

La cinta transportadora de los aeropuertos largos.

Lo que más me gustaba era verte dormir. Era la paz, el ojo de la tormeta. Tu cuerpo quedaba donde estabamos, pero tu vida estaba en otra matrix.
En el avión, camino a Asia, me acuerdo acomodar tu cabeza con unas almohadas para que no sintieras la falta de mi hombro, quería pararme, ir hasta el fondo del avión. Todos dormían, vos más que nadie. Pero era de día en Africa y quería ver x la ventana. Me sigue resultando increible volar, ver las formas de la tierra, las formas de las nubes y las olas desde tan alto, siempre quise tratar de ver una ballena gigante. Por la ventanita del fondo de la puerta de salida, me quedé viendo un buen rato la costa africana, la playa vacía, un bosque y después la entrada a la eternidad del Sahara, y me quedé imaginando a la gente perdida en el desierto, caminando sin saber la dirección, Me sentí perdido en el desierto. Vi pueblos en el medio de la arena. Claramente hay personas que ahí no se pierden. Volví al asiento después de un rato, y puse mi hombro donde estaba antes, vos ni te diste cuenta. Me encantaba verte dormir, y acariciarte, peinarte, darte un beso en la frente. Todo eso que tal vez en algún plano inconsciente se siente, pero que cuando estábamos los dos despiertos dejaba de existir y peleabamos por cualquier cosa. Que buenos estaban esos momentos de paz, de no pensar, de no tener que ir a ningún lado, de estar en un avión, sin tener que hacer nada para llegar donde íbamos. Ahí estábamos, quietos en algo que se mueve, perdiendo el presente mientras alguna energía nos llevaba para adelante.

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