viernes, 19 de noviembre de 2010

Carta manchada de sangre en un museo de guerra.

"Sabes que no me gusta escribir de amor pero haré el intento y sólo porque tú me lo ordenas y porque creo en tí más que en mí.
Amigo mio, déjame compartir contigo lo que sentí al verla a ella esta mañana. Has estado en el Louvre últimamente? Recuerdo cuando vivíamos en París en ese edificio descorazonado y abandonado, ibamos todas las mañanas antes de entrar al restorán donde trabajábamos durante el día. Hoy la miré, como te decía antes de perderme en nuestro recuerdo. La miré como nunca antes miré a nadie y caminé por sus mejillas sin ejercer demasiado peso. Es que son tan delicadas! Ni te imaginas. Habremos estado hablando cerca de 10 minutos eternos (espero que valga aquí el oxímoron, sé que te molestan). Déjame decirte también que sus ojos cambian con la luz y su cabello nunca está quieto, más siempre en feliz movimiento. Recuerdo su boca aunque nada digno pueda describir sobre ella. Mi fiel amigo, la vi como nunca a nadie antes, pues ni siquiera conozco a fondo mi rostro. Escapo de mi reflejo en el espejo, no soporto verme más de 10 segundos seguidos. Tú cómo has estado? Cuéntame de Argelia. Aquí la guerra no va de buenos augurios."

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El mensajero fue muerto por severas quemaduras de gas mostaza. La carta nunca llegó a Argelia.

2 comentarios:

  1. Me atraen mucho las cartas de amor bélicas, las que llegaron y las que que nunca llegaron a las manos correctas. Lo fascinante es que así y todo se escribían. Yo, si fuese hombre, también las hubiera escrito, aún sabiendo que un puto oficial podía llegar a pajearse pensando en los ojos o el cabello de mi mujer.

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  2. Igual es todo verso eh. Sigamos el juego. Que se pajeen. Qué va si la mina está con vos.

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