martes, 10 de agosto de 2010

Sala de espera de un taller mecánico/ Morfología del bar.

Tengo una imagen linda para compartirte, porque no sé qué contarte mientras esperamos.
Voy seguido al mercado de pulgas. Me gusta mucho la gente, y las cosas que hay, y cómo entra la luz. Siempre hay sol. Y el olor a cigarrillo que hay ahí, como mezclado con el cemento. Me gustan los olores mezclados con cemento, como la nafta en los estacionamientos.
Compré un mueble, sería un vajillero abierto. Apesto describiendo objetos, no abundemos en eso. Lo había visto la semana anterior, y una semana después lo compré. Barato, hermoso. Perfecto. Rojo. Tipo rústico. Lo fui a buscar a la tarde con Nacho, así me ayudaba a cargarlo. Es re pesado. Podía haber pagado los 40 pesos de flete, pero quería llevarlo yo. Eran 7 cuadras.

El mueble está buenísimo. Lo tenía señado ya. Cuando lo fui a buscar había parejitas midiéndolo con un metro que me miraron super deprimidos, como si les hubiese sacado la emoción de estar en pareja.

Y salimos sonrientes cargando al hipopótamo inválido ese, él agarrando dos patas, yo las otras y caminando para atrás. En cada esquina descansábamos un rato. Lo apoyábamos en el piso cuidadosamente, nos acodábamos a la mesa y teníamos una charlita. Nos turnábamos el lado de la barra como para intercambiar inconscientemente roles de cantinero y cliente amigo. Levatábamos el bar y seguíamos una cuadra más. También hacíamos paradas en cada piso del edificio. Hasta el octavo.

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