Londres. Noche buena.
Vivía en una casa de familia. Tenía mi propia llave y mi propio cuarto. Casi nunca daba con ellos.
Era navidad y yo estaba abundantemente solo a cien mil kilómetros de casa, sentado en la cocina, con la casa vacía. Habían salido a celebrar la navidad a Manchester, donde tenían familia. Ellos eran de ahí.
Escuché un ruido arriba, y unas pisadas que bajaban la escalera. O era un Papa Noel asesino o..., claro! Hacía 2 días había entrado a vivir un chino al cuarto siguiente al mio. Seguramente era él. Era un tanto extraño.
Entró a la cocina, me saludó y se sentó frente a mí. Eran casi las 12 de la noche.
-Cenaste?-Me preguntó en perfecto inglés.
-No. Vos?-Le contesté en perfecto inglés también. Después de un mes de estadía en la ciudad de la llovizna helada, nuestro acento jugaba de local. Si alguien hubiese escuchado nuestro diálogo por radio, no hubiese dado con que no éramos nativos. Pero nuestro aspecto delataba nuestro origen.
-Tengo pollo.-Me dijo-Podríamos compartirlo.
-Vale.-Respondí- Yo tengo una botella de vino tinto francés. Compartámosla también. La tengo en mi mochila. Voy a por ella.
-Yo también lo tengo en la mochila. Voy a buscarlo.
Qué extraño. Un pollo en la mochila. Qué va! Londres tiene las escenas diarias más extrañas que vi en mi vida, así que no reparé mucho en el caso.
Volvimos a encontrarnos en la cocina a los pocos minutos. Destapé el vino y él sacó un pollo envasado al vacío que había traido de China, y tenía en la valija esperando una ocación festiva. Y claramente la ocación era esa. Lo sacó del envase, lo apoyó en una tabla. Yo miraba como si el pollo acabara de salir del horno. Me encontraba bien. Sonreí, contento de por una vez en mi vida estar en el presente. Entusiasmado de pasar una navidad así. Me dijo que debíamos comerlo con las manos. Que usara los dedos para desgarrar las presas.
Brindamos y celebramos la navidad como una familia normal. A modo de regalo intercambiamos cigarrillos.
-
En Londres, después de nevar se congelan las veredas haciendo una curva pista de hielo. Más tarde esa noche salimos a patinar. De las cosas que más me hacían reír era ver gente de traje patinarse. Somos muy graciosos cuando perdemos el equilibrio. Dejamos de controlarnos por un momento.
martes, 26 de octubre de 2010
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